Tantas veces me derrumbe,
lerdo, débil, abatido,
eligiendo siempre el caer,
para volver una y otra vez,
decidiendo no recibir apoyo alguno,
como un masoquista,
un completo egoísta.
También elegí,
durante mucho tiempo, el esperar,
que repugnante enfermedad,
pues no hay nada que esperar,
nunca hubo motivo para esperar.
Perdí de mis mejores días
esperando y esperando
que algo ocurriera,
que algo rompiera
el silencio de esas mil cadenas
que me cortaban las venas.
Y así termino mi infancia,
tragedia de por medio,
en cada carta entregada,
en cada carta botada.
Ya pasaron esos tiempos,
casi sin darme cuenta
salí de ese letargo obsceno,
así como ingrese, sin notarlo,
creo haber salido,
tal vez esto no sea mas
que el ojo del huracán.
Ya me veo volando otra vez
por esas peligrosas alturas,
mis mejores días son esos
que transcurren en las violentas alturas.
Esta tormenta tiene que ser la mía,
arrojándome al abismo estoy,
con poco por perder,
con poco que ganar,
con mucho por apreciar y valorar.
Y si logro aprender,
de una vez por todas, a planear,
a dejarme llevar por las sensuales brisas,
ingenuo, poco cuerdo, amable y adorable,
en fin todo un lobo con piel de cordero,
sin aparentar nada de nada,
dejando ver solo una parte de mi verdad.
Brisas y mas brisas quiero,
aullidos y susurros,
y mas aullidos y mas susurros,
y muchos espejos, en el techo,
en el piso, en las paredes,
quiero verte tantas veces
como me sea posible al mismo tiempo,
quiero tu reflejo impregnado en el mio.
No, no, no me esperes,
yo iré a tu encuentro
en cualquier momento.